De ser adorada por el pueblo, pasó a convertirse en sinónimo de lujuria y de frivolidad. De baluarte del liberalismo, a terminar abrazando postulados absolutistas.
La trayectoria del reinado de Isabel II ha generado multitud de estudios por parte de expertos en la materia. Desgraciadamente para la figura de la monarca, todos parecen estar de acuerdo en que fue uno de los peores periodos de la historia de España.
Reina a los tres años
Isabel II de Borbón vino al mundo un 10 de octubre de 1830 en Madrid. Hija del Rey Fernando VII y de María Cristina de Borbón, su nacimiento trajó consigo un grave problema sucesorio en la corona española. Fernando VII no tuvo descendencia masculina y, al entender que sus días en este mundo tocaban a su fin, publicó la Pragmática Sanción. Este documento dejaba sin efecto el Auto Acordado en 1713, que excluía la sucesión femenina al trono. La Ley Sálica, traída desde Francia por los Borbones, fue la norma a la que apeló Carlos María Isidro, tio de Isabel, para hacer valer sus derechos al trono español. Carlos aprovechó la enfermedad de su hermano Fernando para derogar la Pragmática y convertirse él en heredero. Cuando el Rey se recuperó, restableció la norma e Isabel fue ratificada por las Cortes como Princesa de Asturias. La negativa de Carlos a aceptar a su sobrina como reina desata la Primera Guerra carlista, en la que el enfrentamiento entre españoles hará derramar rios de sangre. Desgraciadamente, estos hechos volveran a repetirse al cabo del tiempo.
Una educación deficiente
A la muerte de Fernando VII, y dada la edad de Isabel, María Cristina asume la regencia del país. Preocupada por defender los derechos de su hija ante los carlistas, la regente no se ocupa debídamente de la formación de Isabel. La instrucción que recibe no es propia de una futura reina de España, con enormes carencias en todos los campos, incluido el afectivo. A sus escasas cualidades intelectuales se le sumó la pobre enseñanza recibida, que estuvo basada en la religión, las labores, el piano y careció de contenidos políticos y humanísticos.
De esta manera, no es de extrañar que la peculiar Isabel se dedicará el resto de su vida a los placeres más mundanos y terrenales.
Una vida de promiscuidad
Casada a los 16 años, contra su voluntad, con su primo Francisco de Asís, su matrimonio fue un fracaso. La falta de ardor conyugal de su marido, al parecer causado por su condición sexual, motivó que la reina buscara a su alrededor varones que la consolaran. De entre los innumerables amantes que pasaron por el tálamo real, tal vez sea la figura de Enrique Puig Moltó la más representativa, por su importancia en los destinos de España. La historiografía parece estar de acuerdo en designar a este personaje como el padre natural del futuro Rey Alfonso XII. La incontinencia carnal de la reina era conocida por todos, pero no solo en la corte. El pueblo cantaba coplillas acerca de su exagerado apetito sexual e incluso el propio Papa de Roma estaba al tanto. La figura del padre Claret, confesor privado de Isabel, tuvo que mediar ante el pontífice, abrumado por los sonoros escándalos reales.
El final del reinado
Isabel II fue manejada por su entorno y ella se dejó hacer. Los intereses palaciegos hicieron que los que la rodeaban aplaudieran y fomentaran sus caprichos, para obtener prebendas y parcelas de poder. "La corte de los milagros", como así se denominó su reinado, tenía entre sus personajes más singulares y siniestros a Sor Patrocinio, una monja a caballo entre la santería y la fe. Parece que la influencia ejercida por la religiosa resulto más perniciosa que otra cosa. Con todo esto, después de 35 años en el poder, en 1868 es destronada por la Revolución Gloriosa. Exiliada en París, en donde prosiguió su vida disoluta con más estridencia si cabe, falleció en 1904, dejando tras de sí un periodo triste de la historia de la monarquía española.
Carlos II El Hechizado, el ocaso de la Casa de Austria
Rey de España durante 35 años, no tuvo descendencia debido a sus innumerables defectos físicos. Con su muerte se fue el último de los Habsburgos españoles.
Rey de España durante 35 años, no tuvo descendencia debido a sus innumerables defectos físicos. Con su muerte se fue el último de los Habsburgos españoles.
Carlos II nació en Madrid un 6 de Noviembre del año 1661. Hijo del Rey Felipe IV y de Mariana de Austria fue, desde la cuna, un niño aquejado por enormes problemas, causados por la degeneración producida por los innumerables matrimonios consanguíneos de sus antepasados. La endogamia de los Habsburgos españoles provocó el final de la dinastía real más poderosa sobre la tierra.
Múltiples enfermedades
La vida de Carlos fue tremendamente desdichada. Alimentado hasta los cuatro años por numerosas amas de cría, a dicha edad asumió la corona española. Hasta los seis años no aprendió a andar y solo fue capaz de hablar de manera comprensible a los diez. De hecho, nunca a lo largo de su vida supo escribir de forma inteligible. Padecía raquitismo, prognatismo, hidrocefalia, oligofrenia, ataques de epilepsia,esterilidad y, probablemente, impotencia.
También las infecciones se cebaron en él, ocasionándole numerosas huellas en su piel en forma de pústulas y costras. A esto había que sumarle un perenne comportamiento infantil, con pataletas que llegaron hasta su madurez y arrebatos de cólera injustificados.
Un tálamo real improductivo
Carlos II tuvo dos mujeres y de ninguna obtuvo un heredero. La primera, María Luisa de Orleans, que murió a los diez años del casamiento en circunstancias poco claras. Varios autores comparten la teoría de que fue eliminada por envenenamiento, para de esta manera intentar con otro enlace algo que en los mentideros de la corte se sabía imposible. Se eligió como segunda esposa a una alemana, María Ana de Neoburgo. Mujer de apariencia robusta y de familia con antecedentes prolíficos en descendencia, tampoco quedó encinta. Eso sí, se pasó todo el reinado simulando falsos embarazos, no fuera que le ocurriera lo mismo que a su predecesora. Por la capital de España circulaba una coplilla que hacía burla de la incapacidad del Rey para procrear: "Tres vírgenes hay en Madrid, la Almudena, la de Atocha y la reina, nuestra señora".
Un exorcista para el Rey
El patético Carlos, deseperado por no conseguir un heredero, se creyó víctima de un hechizo. La maquinaría de la corte se puso a funcionar y, el confesor real Fray Froilán Díaz, junto al inquisidor Rocaberti, consultaron a un exorcista que efectívamente proclamó que el Rey había sido embrujado por su madre a los 14 años. Era lo que le faltaba a ese desdichado. Se sometió a sesiones brutales de exorcismo e ingirió pócimas y alimentos que acabaron por destrozarle físicamente, acelerando su muerte.
El trono español en juego
El estado de salud del Rey, ya de por sí maltrecho, empeoró considerablemente. En vista de que se acercaba su hora final decidió hacer testamento. En dicho documento expresó su voluntad de que le sucediera en la corona el Duque de Anjou, nieto del monarca francés de la Casa de Borbón. Este suceso desató posteriormente la Guerra de Sucesión, en la que la mayoría de las potencias mundiales aspiraron a adueñarse del trono español, pero esa es otra historia. El 1 de noviembre del año 1700, día de Todos los Santos, fallecía en Madrid Su Majestad Carlos II de España, apodado El Hechizado.
Hija de los Reyes Católicos, estuvo encerrada durante 46 años en el castillo de Tordesillas. Su desgraciada vida fue exaltada por el Romanticismo.
Juana I de Castilla vino al mundo un 6 de noviembre del año 1479 en el Alcázar de Toledo. Mujer inteligente, su educación fue esmerada. A los 15 años hablaba latín y francés con gran perfección, demostrando además profundos conocimientos en otras materias.Ya desde niña demostró tener un carácter difícil y con altibajos emocionales. Al parecer se flagelaba a menudo, producto de su adoración por la vida de sufrimiento de algunos santos.
Su pasión por Felipe el Hermoso
A los 16 años sus padres acuerdan casarla con el archiduque Felipe de Austria y de Borgoña, hijo del emperador Maximiliano I de Alemania. Al llegar el séquito de Juana a Flandes, a la princesa debió gustarle tanto su prometido que, cuatro días antes de la fecha fijada para la boda, ambos novios pidieron un sacerdote que los casara para consumar inmediatamente el matrimonio. El apuesto príncipe compartía el tálamo marital con numerosas amantes, alguna al servicio personal de su esposa. El ambiente de la corte flamenca, más liberal que en Castilla, provocó desde el principio de la relación numerosos enfrentamientos en la pareja. Los encuentros extraconyugales de Felipe llegaron a los oídos de Juana que no cesaba en perseguir a su esposo. Casualmente, en una de las fiestas a las que acudió para espiar a su marido dio a luz ,en un retrete de palacio, al que posteriórmente sería el monarca más poderoso de la cristiandad, Carlos I de España y V de Alemania.
Celos enfermizos
En el año 1501, los príncipes parten hacia España para ser proclamados herederos al trono. Ya en esos momentos los médicos de la corte tienen claro que Juana padece síntomas inequívocos de lo que hoy conocemos como esquizofrenia, tal y como apunta el insigne Juan Antonio Vallejo-Nájera en su libro Locos egregios. En uno de los viajes de Felipe hacia su país natal, la princesa al ver partir a su esposo cayó en la deseperación. Gritando, descalza y sin ropa de abrigo, intentó salir en su busca para detenerlo. Los guardias la detuvieron antes de que saliera de palacio y la Reina Isabel la Católica se dio cuenta de la imposibilidad de que en un futuro su hija pudiera reinar con normalidad. En mayo de 1504, Juana parte hacia Flandes. Allí las escenas de celos descontrolados se suceden a diario. Hace rapar el cabello de una joven que, según ella, era amante de su marido y expulsa de su corte a todas las damas flamencas, rodeándose de esclavas moriscas traidas desde la península.
La muerte de Felipe
Con el fallecimiento de su marido, empieza la parte más triste de la vida de Juana. El 17 de septiembre de 1506 Felipe, inmediátamente después de jugar a pelota, bebe agua helada. Las fiebres producidas no tardan en causar su defunción 8 días más tarde. Algunos historiadores dan mayor credibilidad a la hipótesis de un envenenamiento, pero no existen pruebas fehacientes al respecto. La reina Juana no derramó lágrima alguna y dió órdenes estrictas de que ninguna mujer se acercase al cadáver. Se colgó al cuello la llave del ataúd para verlo ella sola cuando le apeteciera y colocó el féretro en un monasterio de frailes cartujos. En un frío mes de diciembre comenzó el traslado del difunto hacia Granada. El cortejo fúnebre, con Juana embarazada, atraviesa parte de la Península Ibérica en un recorrido macabro. El tránsito se hacía siempre de noche, parando únicamente de día en iglesias y en conventos en los cuales no hubiera ni una sola mujer. Los soldados que custodiaban los despojos eran relevados constántemente, al no poder soportar el hedor que producía el difunto después de tanto tiempo sin tomar sepultura, como apunta Fernando González Doria en su obra Reinas de España. Para rematar este panorama surrealista, Juana parió, durante el trayecto, a Catalina, hija póstuma de Felipe, que sería más tarde reina de Portugal.
Los comuneros y el encierro en Tordesillas
Fernando de Aragón, ya viudo de Isabel, decide tomar cartas en el asunto. Después de comprobar personalmente que su hija está cada vez peor, decide enviarla a Tordesillas junto con el malogrado Felipe. A este último se le instala en una iglesia, frente a las ventanas en donde descansa la infeliz Juana, que de esta manera se pasa las horas observando el féretro. Quizás en su fuero interno pensara que su amado despertaría de ese sueño eterno y que convenía estar cerca de él, no fuera que alguna hembra se interpusiera entre ellos.
Cuando los comuneros castellanos fueron a liberarla y sumarla a la rebelión, ni se inmutó según atestigua el mayor experto en la vida de Juana la Loca, Ludwig Pfandl. De hecho no creyó que su padre el Rey Católico hubiera fallecido. En su mente enferma, los recuerdos la atormentaban. Pasaba días enteros sin conciliar el sueño, no se aseaba y sus ataques de cólera eran cada vez mayores. El viernes santo 12 de abril de 1555, a los setenta y cinco años de edad, muere en su cárcel-castillo de Tordesillas la reina Juana I de Castilla, apodada la Loca.
Cuando los comuneros castellanos fueron a liberarla y sumarla a la rebelión, ni se inmutó según atestigua el mayor experto en la vida de Juana la Loca, Ludwig Pfandl. De hecho no creyó que su padre el Rey Católico hubiera fallecido. En su mente enferma, los recuerdos la atormentaban. Pasaba días enteros sin conciliar el sueño, no se aseaba y sus ataques de cólera eran cada vez mayores. El viernes santo 12 de abril de 1555, a los setenta y cinco años de edad, muere en su cárcel-castillo de Tordesillas la reina Juana I de Castilla, apodada la Loca.